La únicas proteínas que cataba eran las escasas angulas que, candil y cedazo en mano, atrapaba en las bocas de las alcantarillas. Era vegetariano a la fuerza, fibroso por obligación y curtido por penitencia. Y cojo; porque en la siderurgia La Basconia una barra incandescente le dejó un agujero por el que pasaba la luz. Mala pinta para ser ciclista. Pero pudieron más el interés y el hambre. Su proverbial hambre. El ciclismo estaba entonces, a comienzos de siglo, en boga: había apuestas. Dinero, pues; y carne. A pedalear; a comer.
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