No sé si allá en la Cartuja de Jerez Antonio Gala llegó a un pacto con Dios o con el diablo, pero lo cierto es que la breve etapa de monje silente -condición para la que no estaba dotado este mago de la palabra- le sentó tan bien que empezó a escribir como un descosido, diversificando medios y fines. Poco después, empezando los años setenta, cimentaba la fama que aún le persigue -y que no es solo un fenómeno literario sino social-, a través de artículos en la prensa, guiones de televisión, libros y teatro.
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