La verdad es que marearon a Foster con todo el proceso, pero le hicieron un favor: el resultado es una obra emblemática, extraordinaria tanto desde el punto de vista estético como conceptual y simbólico. Aunque, bien pensado, fue un favor recíproco: Berlín le dio la posibilidad de concebir un diseño fabuloso y Foster les evitó la lacra de tener un Calatrava como objeto arquitectónico más significativo de la ciudad.
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