Al principio nos dijeron que no nos pusiéramos mascarillas porque podíamos asustar a los residentes. Cuando se vio que la gente iba cayendo como chinches, ya era tarde. Al final, todas caímos. Estábamos en primera línea de fuego. Pero en quienes más impactó el virus fue en los residentes. El 20 de abril, cuando yo me contagié, ya habían muerto 63 de los 180 internos de mi centro.
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