Cuando comencé a trabajar en el mundo de la informática —que no a trabajar, ya que yo fui de los que comenzó trayendo el gotelé a este país—, la idea de tener que ponerme una corbata para programar me parecía absurda. Tampoco me afeito para programar. A mi ordenador le iba a dar lo mismo si yo iba con barba de tres días o no. Y lo de que llevara corbata estoy seguro de que tampoco le iba a importar nada. Así que nunca disfruté cuando me vi obligado por normas a llevarla.
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