Protestar contra una salvajada inconcebible como es el Toro Alanceado de Tordesillas, parece causar en la sociedad y en sus responsables idéntica perturbación que la que se produce cuando arrojamos una piedra a un estanque. La repulsión que suscita tiene una vida igual de efímera que las ondas que se generan y al final, las imágenes de ese crimen quedan arrinconadas y olvidadas en el fondo de unas conciencias abotargadas ante el sufrimiento de los animales.
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