Los tomates de supermercado son perfectos, como si hubieran pasado por un casting. Redondos, de un color rojo parejo, firmes y sin imperfecciones en la piel. A primera vista, un lujo de tomate. Pero las apariencias engañan. Detrás de ese aspecto de comercial de TV se esconde una triste realidad: Son insípidos. Desabridos. Con gusto a nada. Siempre había escuchado a muchos quejarse que los tomates de antes no eran así, que eran “feos pero ricos” (una verdad que se aplica a varios aspectos de la vida).
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