Felipe IV les daba el tiro de gracia desde su palco real, pero los combates entre fieras en plazas de toros se mantuvieron hasta entrado el siglo XX. No cabía un alma y el delirio popular elevó estas luchas a muerte a la categoría de «fiesta nacional» en las que patriotero toro siempre debía salir victorioso. Los reyes clamaban. Incluso había asistido la infanta Isabel, que no se perdía detalle. Toda la plaza rugía: el tigre de bengala, apodado César, era embestido una y otra vez por un potente toro de cinco años de nombre «Regatero» [...]
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