No sé qué le pasa a los intolerantes con el pelo, que se fijan en él con más saña que en el resto del cuerpo. Tienen una fijación especial con lo que brota de las cabezas ajenas, sean cabellos o ideas. En los setenta mi padre quería llevar la melena hasta los hombros, pero las tijeras le salían al paso. Eran los mismos tiempos en que los blue jeans de los hippies y sus pelambres eran señalados como exponentes del “diversionismo ideológico”.
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