«Estaba en la pizarra y no pude terminar la cuenta que estaba haciendo, una división. Me caí redonda». A partir de ahí comenzó un periplo de síntomas y médicos que no se resolvería hasta que a alguien se le ocurrió hacerle las pruebas pertinentes cuando estaba, literalmente, al borde de la muerte. «Nadie podía sospechar que una niña de esa edad empezaba a desarrollar un meningioma. Creyeron que tenía ojo vago» «Cuando acudía al médico muchas veces me mandaban ansiolíticos, que es lo peor que puedes hacerle a un cerebro con un tumor (...)»
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