Cada vez se tienen menos hijos y en un mundo dominado por el rendimiento económico los niños son como los inmigrantes: se entiende su valor no tanto por lo que son sino por lo que aportan. Las políticas a favor de la natalidad se enredan con ideas racistas y fascistas. Se apela al famoso gran reemplazo: tenemos hijos por la patria y la supervivencia de la raza y para evitar que los hijos de otros campen a sus anchas por nuestros territorios ancestrales. El capitalismo, Rusia y el hostelero de Marbella necesitan que se tengan hijos.
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