La emergencia climática obliga ahora más que nunca a hacer una reflexión sobre nuestras costumbres mortuorias. No hace mucho asistí al entierro de una amiga en un pueblo pequeño. Era una mujer joven, no creyente y con conciencia de la emergencia climática. En el tanatorio encontré su cuerpo maquillado, refrigerado, con un ropaje de aspecto sintético, en el preceptivo ataúd de madera con asas y crucifijo de metal.
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