El jesuita Pierre Robinet, confesor de Felipe V, le sugirió al monarca en 1711 crear una Real Biblioteca -origen de la Biblioteca Nacional- con los fondos que el rey había traído de Francia (6.000 volúmenes), los acumulados por los Habsburgo (otros 2.000) y los incautados a los perdedores de la Guerra de Sucesión. La gran osadía que Robinet defendió ante el monarca fue el carácter público de la biblioteca. En fin… pública a la manera de 1711: cerrada a mujeres, que no accedieron hasta 1837.
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