Obligar a creer, como han hecho durante siglos todas las religiones, incluso recurriendo a la violencia más salvaje, no sólo es inmoral e inaceptable, sino la prueba de su relativismo: los líderes religiosos siempre han sabido que la medida de su poder radica en el número de creyentes y seguidores, no en el caudal de supuesta veracidad de sus dogmas o sus propuestas.
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