Escribió esas canciones "en el suelo" de su dormitorio y pagó esos vídeos "con el dinero que gané actuando en bares y clubes y después en estadios", pero no son suyos. Lo absurdo de los derechos audiovisuales lleva a situaciones como la que se encuentra la cantante Taylor Swift, que se ha quejado en un comunicado de que la discográfica que hasta ahora tenía los derechos sobre la música (y por tanto, la mayoría de las ganancias y la capacidad de decidir sobre ella) de los primeros discos de Swift la ha vendido a un tercero sin ofrecérsela a ella
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