Engañar con currículums maquillados, masters que nunca se hicieron, titulaciones inexistentes o postgrados en Harvard sin haber salido de la provincia de Madrid, no es una moda reciente a la que se haya apuntado la clase política. La titulitis, o propensión a atribuirse méritos académicos ficticios, es un rasgo propio del deseo de destacar de quienes no se gustan a sí mismos y se inventan titulaciones que compensen su mediocridad. Este hábito tan malsano para la ética, no distingue bandos ni colores
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