Los que hemos crecido inmersos en la explicación anglosajona de la Segunda Guerra Mundial, además de tragarnos la grosera relativización de la contribución soviética a la derrota nazi y su correspondiente sobrevaloración de la importancia angloestadounidense, o de leer mucho sobre la Resistencia y muy poco del colaboracionismo —la primera en mayúsculas y lo segundo en minúsculas y para de contar—, hemos comulgado con un mito muy poderoso: la supuesta superioridad de la terrorífica máquina de guerra nazi.
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