Todo lo que no está prohibido está implícitamente permitido. O al menos así lo debió de entender un joven que, ni corto ni perezoso, se montó con su moto en un vagón del metro de Granada. El joven llegó a recorrer diez estaciones con la flamante scooter roja apoyada entre la pared y una de las puertas del vagón, ante el estupor del resto de los pasajeros. Al ser inquirido por un vigilante, se defendió con un inapelable: «Es que pone no fumar, no beber, no cruzar la vía y no pone que no se puede subir con la moto».
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