Soraya Sáenz de Santamaría es casi una política herbácea como su jefe. Sólo casi. Ha tratado de mantener la apariencia vegetal de una persona con pocas voluntades, obediente, amigable al estómago y nada amenazante. Pero su pelo, ya sea espumado y revuelto o bien aparejado, acaba siempre inflándose por los lados con un claro afán expansionista. Hay ínfulas leoninas que se esfuerza en disimular.
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