Cuando Alfredo (nombre ficticio) era pequeño, creía que todas las personas iban vestidas como romanas a sus espaldas. Si las tenía de frente, todo era normal, pero, al darse la vuelta, ¡zas!, tenía la sensación de que se cambiaban, corriendo, ataviándose como en el Imperio. No podía verlo, pero lo sentía, por eso se giraba rápido e inesperadamente, veloz, como quien juega al chocolate inglés, para tratar de sorprenderlas, para encontrar vestigios: unas sandalias, una toga, ¡ajá! Pero nada. Siempre que miraba, aunque fuese por el rabillo del...
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