Las mesas con ceniceros en las terrazas se multiplicarán, crecerán los toldos y, en invierno, florecerán las sombrillas estufas. La calle y, sobretodo, las aceras de los bares tendrán más vida. Y tras tomar un café en un bar o salir de fiesta una noche, ni la ropa ni el pelo apestarán a tabaco. Cuando llegue el veto al cigarro, no pasará nada. Ni los establecimientos perderán clientes ni los restauradores se verán obligados a cerrar. Todo seguirá igual.
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