Cuando di el paso del colegio al instituto (3º de la ESO, por algún motivo) me hicieron elegir entre seguir cursando francés o no hacerlo. Mi perezosa mente eligió la segunda opción, lo que me llevó de bruces a una clase con 11 repetidores (de 25), de los cuales tres eran conflictivos. El primer día quedó patente que dar clase en semejante ambiente iba a ser, como poco, complicado.
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