Nuestros miedos son la fuente de nuestros silencios. Aprendemos a callar porque nos aterra la idea de enfrentarnos a otro hombre y que este cuestione nuestra masculinidad, ponga en duda qué somos y cómo lo somos. Desde pequeños nos dicen que tenemos que alejarnos de todo aquello que guarde relación con lo que significa ser mujer. “ Los niños no lloran”, “no seas nenaza”, “ ten un par de huevos”, “ tienes que ser fuerte”. Se va cimentando en nosotros lo que debemos ser, o más bien, de lo que no debemos ser: sensibles ante el sufrimiento ajeno.
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