Desde un principio surgió el problema de llevar también a la superficie escrita la prosodia, la musicalidad del sonido oral, para permitir al lector-oyente reproducir lo más fielmente posible el tono de voz empleado por el escribiente-hablante. En la mayor parte de los casos esto ha sido imposible (o ha quedado en vanos intentos) y poca herramienta tenemos para expresar por escrito el susurro, la angustia o la sorna. Pero al menos la mayor parte de las escrituras han logrado solucionar dos tonos bien marcados: el interrogativo y la interjección
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