En aquellos tiempos, en el siglo XVI, el azúcar era algo muy valioso. Se solía guardar bajo llave en las cocinas y, por supuesto, sólo estaba disponible para los acaudalados. La reina podía tener cuanto quisiera, como es lógico, pero lo cierto es que consumía más azúcar del recomendable. Esto tuvo varias consecuencias, entre las que estaba una dentadura negra y desastrosa. En una extraña carambola, se creía que el azúcar era tan recomendable que hasta se frotaban o lavaban los dientes con él. Destacaba la dentadura de Isabel I de Inglaterra.
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