María P. no sabía lo que le esperaba cuando el 20 de junio firmó su contrato. Tras medio año en paro, esta camarera de 42 años encontró un empleo de 500 euros en la cafetería de un pintoresco pueblo de 12.000 habitantes de Pontevedra. Como le advirtió su encargado, la jornada sería dura. Tendría que quedarse “algún ratito más”. Fregar, montar mesas, atender a los clientes rezagados. Su horario real casi triplica las 20 horas semanales recogidas en su contrato de tres meses. “Esto es explotación pura y dura”, zanja esta mujer separada.
|
etiquetas: trabajo , precario , turismo