El teléfono estaba sonando. Abrí los ojos. La luz entraba ténuemente por la puerta abierta de mi habitación. Era domingo y debía de ser temprano, así que el timbre del teléfono no hacía presagiar nada bueno. Me levanté con las tripas encogidas. Al otro lado de la línea escuché la voz de mi padre. Supe inmediatamente que algo realmente malo acababa de suceder. —Cógete un taxi y ven para aquí —dijo, y a continuación su voz se quebró—: tu madre ha muerto.
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