Quería dar una lección a aquel gato negro y blanco que molestaba a sus pájaros. Por eso preparó una trampa para poder atraparlo. Y lo logró. Cazó al felino y, estando aún en la trampa, le propinó varios disparos con un rifle de balines. Pero no conseguía matarlo. Así que entró en la casa, sacó un soplete y una lata de líquido inflamable, roció al animal y le prendió fuego. Así acabó con su vida. Ahora, tres años después, ha sido condenado por estos hechos gracias al empeño de una amante de los animales que fue testigo de la tortura.
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