El 21 de abril del año pasado, Jordi, un abuelo barcelonés de 80 años, convocó en su casa a sus dos hijas. Cuando las tuvo reunidas frente a sí, les leyó una carta, la carta más sobrecogedora que ninguna de ambas habría imaginado. «Siento en mi fuero interno -les leyó el anciano- que ya no me queda más vida». Pero las hijas aún no habían oído lo más estremecedor: «Pido solemnemente que me hagan un suicidio asistido».
|
etiquetas: muerte , asistida , ayuda