Como otros culpables cogidos en renuncio, Antonio García confía en que el tiempo haga olvidar sus bajezas y la audiencia le disculpe, pelillos a la mar, como al Borbón. Incluso sueña con recibir un premio Iris de la Academia de Televisión. Pero no, amigo mío. Demasiada ideología y exceso de narcisismo tienen finales brutales.
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