Hemos visto los suficientes thrillers yankis para saber, sin habernos matriculado en criminología, que a buena parte de los asesinos múltiples les pierde el narcisismo. A Fernando Savater le pasa lo mismo. No contento con el daño de sus fechorías dialécticas, ha sentido la onanista necesidad de explicar que tras ellas no había el menor aliento ético sino más bien una pulsión ególatra veinte pueblos más allá de lo enfermizo.
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