Las grandes revoluciones constituyen un espectáculo desagradable. Son largas, sangrientas y de final incierto. Por el momento, el fenómeno histórico que alguien bautizó con el delicado nombre de primavera árabe exhibe todos los atributos revolucionarios. Con alguna característica adicional que lo hace especialmente inquietante para Europa: ocurre muy cerca, en una región de vital importancia.
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