San Miguel de Lillo, una de las joyas del Prerrománico asturiano y Patrimonio de la Humanidad, es una ruina. El interior de uno de los emblemas del Principado se encuentra en una fase de deterioro que sorprende e irrita a los numerosos visitantes que se acercan a la iglesia erigida por Ramiro I a mediados del siglo IX. Desconchados por todas partes, paredes que chorrean humedad y unas pinturas, consideradas por los expertos como vitales (las primeras figuras humanas del Prerrománico), en estado terminal.
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