Occidente se ha rendido a los costes de producción de China, y nadie que piense subsistir en el mercado global rechaza aprovecharse de su mano de obra esclava, sin derecho a huelga, sin apenas vacaciones, de horarios extenuantes y salarios ridículos. Todo sea porque el precio final compense con creces la ínfima calidad del producto. Es como una pesadilla.
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