Durante las primeras semanas, los que huían eran, sobre todo, periodistas y activistas: gente cuyas vidas, si se quedaban, corrían peligro. Después empezaron a marcharse jóvenes profesionales liberales, gente de las grandes ciudades rusas cuyos trabajos, relacionados con la tecnología —mermada por las sanciones occidentales—, requerían mudarse al extranjero. Ahora, sin embargo, la gente que huye es distinta. Son, sobre todo, hombres de entre 18 y 60 años, y huyen del reclutamiento a filas
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