De una forma similar a la que ocurre ahora mismo con Pyongyang, no mucha gente visitaba la capital soviética durante los años siguientes a la Segunda Guerra Mundial. Envueltos en el misterio de la división este-oeste, y también por sus mayores controles de movimiento de los turistas, era raro que los occidentales pudiesen apreciar cómo era la vida en el corazón del mundo soviético.
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