Bolaño dejó escrito que hay libros que dan miedo, no por ser de terror a lo Stephen King sino porque “más que libros parecen bombas de relojería o animales falsamente disecados dispuestos a saltarte al cuello en cuanto te descuides”. Así me sentí yo respecto a 2666, y más de una vez sentí un escalofrío al pasar sus páginas que me obligó a cerrar el tomo y dejarlo sobre el césped muniqués como quien se aleja de un bloque de uranio de Fukushima.
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