Después de sufrir 13 años de cárcel por una violación que no cometió, Rafael Ricardi, de 49 años, es un hombre libre, pero está roto por el trauma y sigue encerrado en la prisión perpetua de la pobreza. Haber padecido esa injusticia no le ha hecho merecedor de ninguna atención especial. Cobra, como cualquier preso que vuelve a la calle, el subsidio de reinserción de 416 euros al mes. En diciembre nacerá su hija, y en enero se le acabará el subsidio. Espera que le devuelvan la pensión de invalidez que le retiraron cuando entró en prisión.
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