Lo que parecía un producto marginal, prácticamente condenado a la extinción -de las 1.000 hectáreas cultivadas en Valencia en 1980 hoy quedan solo 400-, está viviendo un increíble resurgir empujado por los fanáticos de la dieta paleolítica, que han elevado la chufa al estatus de superalimento, multiplicando por decenas su demanda en países como Alemania, Reino Unido o EEUU.
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