Olor a boniato cocido, a calcetín sudado, a humanidad en descomposición; hedor a Torquemada, a Fernando VII, al cura Merino, a Narváez, a Vázquez de Mella, a Herrera Oria, a Cardenal Segura, a Primo de Rivera, a Comín Colomer, a vivan las caenas, a alfereces provisionales, a mamporreros, a criadas por lo comido, a hambre, a miedo, a sumisión, a obscenidad santificada, a traición. Sí, todo limpio, inmaculado, silencioso, manso, quieto, aterido, ciego, torcido bajo un inmenso manto sangre del que todavía –salvajes-muchos se sienten orgullosos.
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