Tras la cena, los rebeldes saborean varios narguiles que les preparan los dos sirvientes alauitas que hay en esta casa y a los que capturaron hace varios meses. A cambio de trabajar como ‘servicio doméstico’, les perdonaron la vida. Pero esta noche, los dos silenciosos criados se muestran más nerviosos de lo normal. El pánico y el terror inundan sus ojos. Los latigazos comienzan de nuevo. Pero ya no hay lloros ni lamentos, sólo rezos. “No hay más divinidad que Dios y Mahoma es el mensajero de Dios”, susurra una y otra vez el muchacho cuando el
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