Decido que me sobran teléfonos (y es raro que las facturas sean tan abultadas: no llamo a nadie, no me gusta; me limito a recibir llamadas). Resuelvo dar de baja uno de ellos. Llamo a la compañía. Responde un aparato con una amable grabación: «Por favor, explique brevemente el motivo de su llamada». Contesto con voz dulce: «Quisiera saber si llevaba razón Leibniz cuando aseguró que el ‘calculemus’ iba a sustituir defi nitivamente al ‘disputemus’ y si las metamatemáticas tienen conciencia de sus propios límites». Suspiro, impaciente. La máquina
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