Tras ejercer de librero, en 1972 lanzó un sello que, dice, funciona con un “criterio crítico, pero no ideológico: dar la palabra a los que no la tienen”. Es decir: libros elegidos con las gafas de la cultura y no con las de la economía. También libros incómodos. Lo segundo, la incomodidad, le costó en los años setenta 13 procesos en el Tribunal de Orden Público. El más sonado le condenó en 1977 a dos años de inhabilitación por publicar Fanny Hill, de John Cleveland, la obra maestra del erotismo dieciochesco.
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