los políticos olvidan que son elegidos por esos votantes y acaban creyéndose depositarios de un llamado casi divino, investidos de la gracia sagrada del "pueblo" (otros la llaman "ciudadanía"), pero en abstracto, tan grandilocuente como lo de las interpretaciones metafísicas de la "voluntad general". Los gobernantes son puestos en el cargo por la suma de votos, no por algo que los hace "responsables ante Dios y ante la Historia" como pretendía Francisco Franco, sino responsables hacia esos ciudadanos.
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