Ha surgido al fin un espacio de colaboración entre la ciudadanía; unos arrojan su mierda, otros se niegan a barrerla. Y es que estos trabajadores, primero privatizados y luego amenazados con más de 1.100 despidos, han descubierto que son imprescindibles. Que si un día no se levantan de la cama la Familia Real, Botín o el empresario de turno (o se levantan tarde, como de costumbre), nadie notará la diferencia; pero que un día sin barrenderos es tener una rata alada en cada esquina, expandiendo la náusea de Sartre por la ciudad y, quién sabe...
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