No hay poesía visual sin una transgresión de los modelos que pautan la comunicación en el orden de lo visual y en el orden del lenguaje escrito. No hay poesía visual sin la enunciación de algo enteramente nuevo, o al menos claramente divergente. No hay poesía visual sin la demostración palpable de que la línea recta no es el único trayecto posible, y desde luego no el más cierto. Hay poesía visual allí donde el sistema ordinario de las palabras y las formas se fractura para abrir la puerta a lo posible.
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