Hace unas semanas la, por lo general, detestable viralidad que nos regalan las redes sociales sacaba a la luz a una comunidad de vecinos y vecinas que afeaba a una familia que los llantos de su bebé importunara el descanso de los habitantes del bloque. Aunque pareciera que aquel hecho era difícil de superar, leo esta mañana en El Periódico que crece el número de quejas judicializadas por los ruidos procedentes de los patios de recreo escolares en Barcelona. ¿Cuánto margen vamos a dar a la intolerancia?
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