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Presidiarias queridas

El cuatro de mayo por la tarde lo pasé con unas doscientas cincuenta alumnas adultas en el Establecimiento Penitenciario de Mujeres Madrid I de Alcalá Meco. Lo que saltaba a la vista eran jirones de vidas ajadas, quejidos de obligadas ausencias, ecos de libertades perdidas, amargos borbotones de sentimientos y amores. También, un cierto optimismo al constatar que el pasado fue peor, mucho peor, que el presente. La mayoría estaba allí porque las habían identificado en los aeropuertos como portadoras de droga, que ellas no consumían.

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