Si la intención de la película era demostrar, tal como reza su eslogan, que el verdadero amor nunca muere, su argumento plasma justamente lo contrario: más vale morir sin amor que con este tipo de demostraciones crueles. Y es que sólo a un sádico retorcido se le ocurriría martirizar a su novia, todavía recuperándose de la pérdida, con mensajes de voz y cartas diarias.
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