ESCUCHO, súbitamente, lo impensado. En la voz de un alcalde de pueblo que se enfrenta a su partido. La cosa iba de residuos nucleares, pero eso es lo de menos. Lo importante es la verdad elemental que dice: «¿Por qué habría de preocuparme que el partido me sancione? Yo no vivo de esto». Por las mismas fechas, Regina Otaola decidía abandonar su cargo. Tampoco a ella la tentaba el sueldo. Ni los privilegios. Pocos son tan decentes. Casi ninguno. Así es de triste.
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